miércoles, 25 de julio de 2012

La casada

Una de las personas que he llegado a conocer estos últimos meses era una chica casada, aunque en proceso de separación. Ella se definía como separada, porque vivía en viviendas separadas de su ex, pero seguía enamorada de él y, muy a su pesar, estaba en proceso de separación (vamos, negociando los términos del acuerdo), tras cuatro años de graves desencuentros y varios meses de separación física. El acuerdo no salía aparentemente adelante por los constantes problemas que ponía su ex para llegar a un acuerdo. Y eso que él ya salía por su cuenta, con lo cual era el típico perro del hortelano, que ni comía ni dejaba comer. No se si me entendéis.

Me encontró ella una noche mientras estaba en la página de contactos. Yo no coincidía con el prototipo de lo que ella buscaba, solo estaba desesperada por charlar con alguien. Vió mi pilotito de presencia encendido y se puso a charlar conmigo. Estuvimos charlando ese día horas, igual que días posteriores. Estaba destrozada, llorando amargamente su suerte, en fin, lo que yo llamo una "bambi herida". Y eso, me temo, que es mi perdición. No soporto ver a alguien sufrir. Es superior a mis fuerzas.

Me tocaron 3-4 semanas de subirle la moral. La verdad es que fue balsámico para mí. A la vez que la ayudaba, me recordaba a mi mismo los mismos consejos, los que llevo repitiéndome desde marzo, en el sentido de la inutilidad del sufrimiento, de no mirar atrás, si no hacia adelante, porque eso es lo que nos queda. Qué fácil decirlo y qué difícil hacerlo realidad. Pero es que es así. Y poco a poco, esa persona fue cogiendo fuerzas, animándose y recuperando la alegría de vivir.

Hasta que pasado ese periodo, a los dos nos apeteció vernos un día. Quedamos en el centro turístico de nuestra ciudad, y dimos un larguísimo paseo, charlando y charlando. Y claro, me temo que nos gustamos. Quedamos más veces, e incluso una noche llegamos a intimar. Y cuando parecía que todo podría ir por la senda del buen camino, llegó lo inesperado: su ex cambió de parecer y tras una larga conversación, le dijo que quería volver. Y lo hizo.

Yo a ella la ví en un quiero y no puedo. Por una parte estaba enamorada hasta las trancas de su ex, y por otra, había descubierto que tenía sentimientos hacia mí. Qué hacer? Yo se lo puse fácil. Con 2 hijos pequeños por medio, la opción lógica que había era que luchara por mantener su familia.

Hoy seguimos hablando de vez en cuando por teléfono. Se la oye muy feliz. El ex por fin se había dado cuenta de la joya que tenía en casa y la estaba cortejando como si fueran unos recién enamorados. Y me alegro mucho, muchísimo por ella.

Lo que si queda es una sensación agridulce de lo que pudo haber sido y no fue. Pero en la vida, no siempre es todo pensar en uno mismo, si no casi más en los demás. Porque querer a una persona es desear que le vaya bien y sea feliz. Aún a costa de los intereses propios. Eso es para mí la prueba de verdadero amor.